capítulo 12 – sensaciones

 


 

 

 

cuando hablamos de la descripción unos capítulos atrás  mencionamos al pasar el cómo las sensaciones nos trasladan –tanto al escribir y como lectores- a vivencias y lugares que nos abren allí los sentidos no solo de la imaginación o la mente sino del cuerpo: aromas, texturas, sonidos, sabores… 

 

tanto en la narrativa como en la poesía, pero tal vez un plus de desarrollo tiene el relato podemos con palabras re-vivir re-vivenciar experiencias que se vuelven de nuevo intensas

tal vez a todos nos ha pasado que un perfume vuelto a sentir al pasar por la calle nos devuelve muchos años en el tiempo

ejemplos sencillamente hermosos y universales es el olor de los útiles y cartucheras nuevos el primer día de escuela primaria

quienes tienen vivencias de campo pueden contar esa luz tan particular del amanecer o la textura quebradiza y blanca de la helada

el recuerdo de la bocina de un tren…

me surge una metáfora de una canción

“se queda oyendo

como un ciego frente al mar”

(Spinetta – Los libros de la buena memoria)

y muchas veces en este sentido volvemos al fragmento de la magdalena de Marcel Proust:

En el fragmento seleccionado, uno de los más conocidos de la obra, el sabor de una magdalena empapada en té despierta en el narrador el recuerdo de su infancia.

 

Hace ya muchos años que, de mi infancia en Combray, solo existía para mí  la tragedia cotidiana de acostarme. Un día de invierno, al volver a casa, mi madre, viendo que yo tenía frío, me propuso  tomar, contra mi costumbre, un poco de té. Dije que no, primero, pero luego, no sé por qué, cambié de opinión. Mandó a comprar uno de esos bollos pequeños y rollizos que se llaman magdalenas, y que parecen haber sido moldeados en las valvas con ranuras  de una concha de Santiago. Pronto, maquinalmente, agobiado  por el  día triste  y la perspectiva de otro igual, me llevé a los labios una cucharada de té en la que había dejado reblandecer un trozo de magdalena. Pero, en el instante mismo que el trago de té y  migajas de bollo llegaban a  mi paladar, me estremecí, dándome cuenta de que pasaba  algo extraordinario. Me había invadido  un placer delicioso, aislado, sin saber por qué, que me volvía indiferente a vicisitudes de la vida, a sus desastres inofensivos, a su brevedad ilusoria, de la misma manera que opera el amor, llenándome de una esencia preciosa; o, más bien, esta esencia no  estaba en mí sino que era yo mismo. Y no me sentía mediocre, limitado, mortal. ¿De dónde podía haberme venido esta poderosa alegría? Me daba cuenta de que estaba unida al gusto del té y del bollo, pero lo sobrepasaba infinitamente, no debía de ser de la misma naturaleza. ¿De dónde venía? ¿Qué significaba? ¿Cómo apresarla? [...]   

     Y, de repente, el recuerdo aparece. Ese gusto  es el del trocito de magdalena que el domingo por la mañana en Combray (porque ese día yo no salía antes de la hora de misa), cuando iba a decirle buenos días a su habitación,  mi tía Leonie me daba, después de haberlo mojado en su infusión de té o de tila. La vista de la pequeña magdalena no me había recordado nada, antes de probarla; quizá porque,  habiéndolas  visto a menudo después, sin comerlas, sobre las mesas de los pasteleros, su imagen había dejado esos días de Combray para unirse a otros más recientes [...]      

     Y desde que reconocí el gusto  del trocito  de magdalena mojada en la tila que  me daba mi tía (aunque todavía no supiera y debiera dejar para más tarde el descubrir por qué ese recuerdo me hacía feliz), en seguida  la vieja casa gris, donde estaba su habitación , vino como un decorado teatral a añadirse al pequeño pabellón que estaba sobre el  jardín ...

                                                                  Marcel Proust, Por el camino de Swann, Alianza

 

por eso se habla en algunos foros de “efecto proustiano”:

El “efecto proustiano” es una reacción que se genera en nuestro cerebro y que asocia los aromas percibidos con recuerdos y experiencias vividas. Cuando nos exponemos a ciertos aromas el cerebro desencadena una tormenta de reacciones y activa la memoria sensorial. Estas reacciones son las encargadas de reavivar recuerdos y emociones y transportarnos a un tiempo y un lugar determinados.  El “efecto proustiano” debe su nombre a la extraordinaria capacidad de Proust para describir olores y perfumes y relacionarlos con sensaciones y experiencias vividas en el pasado. Si bien en un principio el término “efecto proustiano” se aplicaba casi exclusivamente a los aromas, con el tiempo se extendió hacia los otros sentidos por lo que se aplica también a sonidos (canciones, por ejemplo), sabores, imágenes y texturas.

En cuanto al “estilo proustiano” podemos decir que hace alusión a un tipo de escritura paciente, sin prisa, que se toma todo el tiempo del mundo para describir detalles y explayarse en prolongadas digresiones.

A propósito, ¿se acuerda el/la lector/a de la emotiva escena de la película “Ratatouille” en la que el inclemente crítico gastronómico Anton Ego saborea el ratatouille elaborado por la ratita-chef Remy? ¿Recuerda la reacción de Anton Ego? Esa escena es una referencia directa a la magdalena de Proust. ¿Qué tal si la vemos de nuevo?

 


 

La ciencia dice que el efecto de “la magdalena de Proust” es una asociación cerebral que realizamos automáticamente cuando percibimos una determinada sensación a través de nuestros sentidos. De repente, una canción, un aroma o un sabor nos transporta a un momento concreto (bien guardado, pero no desaparecido) de nuestra vida. Quizás fue el olor de pan recién horneado que evocó en la memoria, con todo lujo de detalles, una mañana desayunando en casa de los abuelos, o el olor a tierra mojada después de la lluvia que trajo reminiscencias de una tarde después de la escuela jugando un partido de fútbol con amigos del barrio. O tal vez fue una canción que uno escuchó en la radio (o en Spotify para sonar modernos :)) la que revivió como por arte de magia esas vacaciones familiares en la playa y ¡zas! uno se teletransportó, viajó en el tiempo y ahí está, con la palita amarilla llenando de arena el baldecito rojo de plástico justo al lado de su mamá que está tendida en la arena tomando sol, escuchando esa canción en la radio y cantando el estribillo.

Creo que todos alguna vez hemos experimentado nuestra magdalena; ese momento en el que, repentinamente, la dimensión espacio-temporal del presente se retrotrae hacia un punto concreto del pasado.

Ese instante mágico en el que los recuerdos despiertan y caemos rendidos al poder implacable de la nostalgia.  

ARTÍCULO  

 

 

en el siguiente fragmento del poema de Borges “Juan, I, 14”, los sentidos se usan nada más y nada menos que para remarcar la humanidad de Jesús:

Vi por Mis Ojos lo que nunca había visto:

la noche y sus estrellas.

Conocí lo pulido, lo arenoso, lo desparejo, lo áspero,

el sabor de la miel y de la manzana,

el agua en la garganta de la sed,

el peso de un metal en la palma,

la voz humana, el rumor de unos pasos sobre la hierba,

el olor de la lluvia en Galilea,

el alto grito de los pájaros.

(...)

A veces pienso con nostalgia

en el olor de esa carpintería.

 

Por otro lado este poema –luego hecho canción- de José Pedroni nos regala sensaciones que disparan también sentimientos profundos:

 

Cajita de música

José Pedroni

Cuando estoy triste

lijo mi cajita de música

no lo hago para nadie

sólo porque me gusta.

Hay quien escribe cartas,

quien sale a ver la luna

para olvidar yo lijo

mi cajita de música.

Amarga es la madera

de palo santo

pero es como el amor

que no muere y perfuma.

Cuando estoy triste

lijo mi cajita de música

porque te vas y vuelves:

no he de acabarla nunca.

Te espero mi tristeza

huele a ti y es menuda

tengo las manos verdes

esta noche de lluvia.

 

esa madera del palo santo… 

 

Por otra parte esas sensaciones no solamente  reviven momentos o refieren a la nostalgia en un relato de ficción o real para introducir al lector en el ambiente por ejemplo de un hecho policial se puede escribir

 

el olor de la sangre o de la pólvora

 

Así como en un situación de hospital los aromas que allí son tan especiales y tantos otros.

Del mismo modo con las texturas:

 

al amasar

sentir una taza caliente

la mano de un niño o de una persona muy mayor

el suave pelaje de un gato **

el ardor de una quemadura

 

en clave de asco o terror: tocar inesperadamente una babosa

además de todo lo que nos devuelve al amor

tanto en lo corporal del erotismo

como en sensaciones de todos los sentidos en el enamoramiento en el que “todo huele diferente”

 

con el anhelo de recuperar alguna vez la intensidad perdida

que canta Violeta Parra

 

Volver a ser de repente Tan frágil como un segundo Volver a sentir profundo Como un niño frente a Dios Eso es lo que siento yo En este instante fecundo


 

ejemplos tomados de por ahí:

 

En «El Hobbit» de J.R.R. Tolkien, Bilbo Bolsón no simplemente está asustado, sino que «una helada sensación de miedo recorría su pequeño cuerpo desde los pies hasta la punta del pelo».

 

en «Cien Años de Soledad» de Gabriel García Márquez, el olor del almendro es un hilo conductor a lo largo de la novela que siempre evoca emociones y recuerdos en los personajes.

 

al incorporar estas herramientas, puedes llevar la textura, el sabor, el olor, el sonido y la visión más allá de la mera descripción y en el reino de lo inolvidable.

Por ejemplo, en lugar de simplemente describir un objeto como suave, podrías aventurarte más allá, comparando su textura con algo que sea familiar y significativo para tus lectores.

Frases como «suave como la seda» o «como el terciopelo al tacto» no solo brindan claridad, sino que también añaden una riqueza sensorial que puede elevar tu escritura de lo simplemente informativo a lo evocativo.

En definitiva, el uso inteligente de metáforas y símiles puede ser una estrategia poderosa para capturar y mantener la atención de tus lectores, mientras les ofreces una experiencia sensorial completa.

 

En «Rayuela» de Julio Cortázar, el protagonista describe a la Maga diciendo: «Tiene algo de gato, de perra, de manta junto a la estufa; ronronea, menea la cabeza, se enrosca».

 

En «Crimen y castigo» de Fyodor Dostoevsky, los detalles minuciosos del asqueroso y sofocante apartamento de Raskolnikov refuerzan su desesperación y aislamiento.

 

En «Como agua para chocolate» de Laura Esquivel, la autora usa el sentido del gusto de manera muy efectiva para describir la relación de los personajes con la comida y cómo esto influye en sus acciones.

 

 

En «Moby Dick» de Herman Melville, Ishmael describe el sonido del mar, diciendo: «El murmullo del mar… es un sonido que me tranquiliza. Es como si cada ola hablara en secreto a mi alma».

 

En «El Perfume» de Patrick Süskind, Jean-Baptiste Grenouille se estremece y se ve físicamente afectado por los olores que percibe.

 

En «1984» de George Orwell, la descripción del Ministerio de la Verdad con su «grisáceo y polvoriento paisaje» establece de inmediato una atmósfera opresiva y desoladora.

 

“ncorporar los cinco sentidos en tu escritura no es simplemente un truco literario, es una filosofía de escritura profundamente enraizada en el principio de «Cómo usar los cinco sentidos para enriquecer tu narrativa y cautivar a tus lectores». Esta aproximación transforma tu obra de un mero conjunto de eventos y diálogos a una experiencia rica y emocionalmente resonante.

Al detenerte a considerar los olores que llenan una habitación, los sabores que persisten en la boca de un personaje, los sonidos que pueblan su mundo, y cómo estos elementos sensoriales afectan sus emociones, decisiones e interacciones con otros.”

 

Antes de terminar, desde el lado de la danza no hablan también de re encuentros con el sentir:

“La Sensopercepcion se presenta como una técnica sensorial para la danza:

Frente a un modelo hegemónico logocentrista, racional, centrado en la actividad del pensamiento, la propuesta de volvernos seres más sensoriales, se presenta como un modo de resistencia. Frente a un borramiento ritualizado del cuerpo, que se nos impone cómo modo de ser y estar en el mundo, abordar otras construcciones, como la propuesta, centradas en la percepción del propio cuerpo, del entorno, de lxs otrxs, implica caminos que nos permiten hallar otros modos de existencia posibles.

La autopercepción requerida y entrenada, nos empodera en un acto de presencia y autoría de nuestras propias danzas. Danzas singulares, inéditas; poética imprevista, convocando, provocando y celebrando la diversidad de cuerpos heterogéneos

El cuerpo es un significante plurívoco, un entramado de ecos y resonancias diversas.Tierra donde habitan

la pulsión y el deseo.

Territorio en disputa política y sociocultural.

El cuerpo es un significante plurívoco, un entramado de ecos y resonancias diversas.Tierra donde habitan

la pulsión y el deseo.

Territorio en disputa política y sociocultural.

Intervenir sobre el cuerpo no es un hecho ingenuo. Autopercibirnos, habitarlo, experimentarlo, vivenciar

cómo encarnan emociones en tensiones diversas que nos expresan y son el material con el que se construyen la postura, el gesto, la actitud, el movimiento dando cuenta de nuestro modo de ser y estar en el mundo en un despliegue poético singular, ligado a la espontaneidad y a la presencia.”

 

 

 tanto en una enumeración en un poema

como en esos climas y paisajes y ambientación de un relato

el juego propuesto es llenar de palabras y giros y comparaciones y más para que esas sensaciones revivan en su singularidad

que pueda renacer la partícula mínima y el gran contexto, la neblina en su campo, el pelaje del gato en su sillón al atardecer

volver a sentir

inventar un sentir nuevo

hacerse texto y hacerse cuerpo perceptivo en la propia persona y de quien acaso nos escucha o nos lee

 

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